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La torrecilla dorada...

Cuéntanos un cuento y vuelve a ser niña otra vez leyéndonos...

La torrecilla dorada...

Notapor Enreda » 21 Oct 2012 12:50

Hace muchos, muchos años, en una pequeña ciudad de un reino lejano, vivía una chiquilla risueña a la que le gustaba mucho cerrar los ojos e imaginar todo aquello con lo que soñaba. Uno de sus momentos más especiales del día era cuando se iba a la cama a dormir. Aprovechaba ese tiempo para viajar a aquellos lugares de los que había escuchado hablar y despertaban su curiosidad. Cuando se encontraba en esos sitios mágicos inventaba historias, unas veces de amor, otras de aventuras, de miedo o de heroísmos, donde la protagonista era inevitablemente ella, y se prometía que cuando fuera mayor los visitaría para perderse en ellos.

Uno de los lugares mágicos con el que más soñaba era la Torrecilla Dorada. Oía a su madre mencionarla, y a sus tías, y también en los cantos de los juglares que por su ciudad pasaban, y la veía en aquellos dibujos que su padre le hacía cada vez que ella le pedía que le mostrara cómo era. Le parecía imponente, brillante, a orillas de un río que le fascinaba desde que escuchó a un juglar recitar unos versos que se sabía de memoria a fuerza de repetirlos en sus historias imaginadas: "El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo" Al principio no entendía muy bien aquello de la nieve y el trigo, y a qué ríos se refería el juglar, pero en un viejo mapa que encontró en su casa pudo ver que en Granada, una tierra lejana de la que escuchaba hablar con adoración por los suyos, nacían dos pequeños ríos en las montañas, y llegaban hasta el Guadalquivir unidos. El Darro y el Genil, aprendió la chiquilla, y ya nunca lo olvidó. Con el tiempo lo de la nieve y el trigo también lo entendió, y soñaba con ir en su barco surcando el río hasta la Torrecilla, donde innumerables aventuras la esperaban.

El tiempo pasó, y la chiquilla se convirtió en una ingenua dama que seguía soñando con lugares mágicos. Aún inventaba historias, pero había aprendido a convertir en protagonistas a las personas que más le importaban, cediendo así un espacio que siempre había sido suyo a quienes ocupaban su corazón y a quienes pudieran necesitarlo. Poco a poco fue cumpliendo las promesas que de pequeña se hiciera, y así, cumpliendo una que se había hecho años antes, llegó hasta la ciudad de aquel río que tanto había navegado. Los tiempos habían cambiado y no fue en su imaginario barco, pero sentía que estaba llegando a un destino que la esperaba desde hacía demasiado. Emocionada, buscó aquella torrecilla dorada que conocía tan bien, pero le fue imposible hallarla. Finalmente, desconcertada, preguntó por ella, y siguiendo el dedo que la señalaba, la vio. Había pasado por delante varias veces esa misma tarde sin darse cuenta de que allí estaba. Su mirada cambió, se ensombreció, y una sensación de desazón le atenazó sus sentidos. No le parecía grande, ni majestuosa, ni imponente, ni siquiera brillaba, y se sintió algo engañada en su interior. Moviendo la cabeza de lado a lado, dio la espalda al río, a la Torrecilla, y a los recuerdos que de todo aquello tenía, y se marchó arrastrando los pies y el corazón.

El tiempo siguió pasando, y la Dama sintió lo mismo en algún que otro lugar soñado, pero aún mantenía su corazón vivo y su eterno viaje en busca de lugares mágicos continuaba ilusionándola sin descanso. Un día, tiempo después de haberse instalado en un reino donde habitaban los más curiosos y extraños seres que había conocido nunca, oyó hablar de una Princesa. Decían de ella que era especial, que a su lado las personas se sentían en paz como si un extraño hechizo las subyugara, y que bastaba uno de sus abrazos para saber que todo iba a ir bien. La Dama en aquel entonces había cumplido uno de sus sueños, ser trovadora y llenar los hogares de historias, cuentos y sueños. Fantasías y realidades mezcladas con cuidado para soñar y sentir sin dejar de lado lo cierto de la vida. Cuando entró en el hogar de la Princesa, descubrió con asombro que sí existía alguien así, capaz de irradiar esa paz y a la vez hacer sentir la seguridad de que todo iba a ir bien. Como la Princesa habitaba en las tierras de la Torrecilla y el río, decidió contarle sus viejos sueños, su llegada hasta allí, y el vacío que le había dejado aquel viaje. La Princesa intentó explicarle que se equivocaba, pero la Dama, en ocasiones terca, insistía en sus sensaciones y mantenía su postura defendiendo un engaño en el que no dejaba de creer. Entonces la Princesa le propuso acercarse hasta allí un día, subir a lo más alto de la Torrecilla, y allí contarle qué era esa torre en realidad. Cuando se encontraron allí, meses más tarde, la Princesa le contó que aquella Torre había servido de cierre al Arenal, que los sevillanos la habían defendido de números intentos de derribarla, y que en su interior, guardaba todos los secretos de la historia naval de Sevilla, de la importancia de su río y de la huella de marinos ilustres. Al anochecer, y en voz queda, la Princesa le habló de su nombre, por el brillo dorado que se reflejaba sobre el río en cuya orilla se alzaba, y como en una ensoñación vieron el reflejo dorado en aquellas aguas, y entonces la Dama comprendió que la grandeza de las cosas no reside en lo altas que sean, sino en lo que significan para las personas y que lo esencial nunca, nunca, está a la vista. Volviéndose al río, le dijo aquellos versos que una vez aprendiera, y que la habían acompañado en su primer viaje aunque no los entendiera entonces:

"¿Resucitan los ríos? ¿Van al paraíso? ¡Entonces, tú lo sabías, Guadalquivir del amanecer, en un viaje mío del Madrid de la tierra a la Sevilla del cielo; luminoso y tranquilo Guadalquivir bajo el inmenso carmín inflamado del cielo!

¿O es que ya subimos los dos de la tierra y estamos en el paraíso nuestro Guadalquivir? Si recuerdo y suelo son iguales de falsos o de verdaderos ¿quién sabe, río del alba en Peñaflor, entre álamos blancos y luces eléctricas de calle al campo, dónde estamos de verdad ahora?

No sé. Ni sé si te estoy viendo, si te estoy recordando, o si te estoy soñando. Tú me rodeas bello la emoción, entrando y saliendo del sueño a la realidad y de la realidad al recuerdo, por un maravilloso paisaje momentáneo que no sé en qué Andalucía de cuándo, ni de dónde vi"


Al terminar, se volvió temblorosa a la Princesa, y haciendo un guiño a su cuento favorito, susurrando, le pidió que la domesticara...
Enreda
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