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El poeta y el verdugo

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El poeta y el verdugo

Notapor Enreda » 18 Jun 2012 00:59

Arrastrando sus pies por el húmedo piso del tercer subsuelo del castillo, el hombre de oscuro atuendo ingresó a la celda del poeta. Pidió a los guardias que se retiraran y apoyó un candelabro de tres velas sobre el suelo de la celda.

En un rincón, se encontraba el reo. El hambre, la sed y la permanente oscuridad de la pétrea bóveda le habían quitado el espíritu vivaz que hubo de mostrar alguna vez, hace ya más de diez años.

El hombre replegó su capucha y desplazó la luz hasta ubicarla cerca del sentenciado. Notando que la luz hacía daño a los ojos acostumbrados a las sombras, el recién llegado sonrió. El preso se refregó los ojos hasta calmar el dolor y, desgarrando los harapos que le cubrían la espalda, se arrastró hasta quedar sentado. El suelo era humedad, transpiración de sótano, el techo, la oscuridad, tan altos eran los muros que luz de vela alguna llegaba a iluminarlo.

- ¿Así que poeta, no?

El ocupante del lugar mantenía el silencio con el que estaba acostumbrado a convivir. Quizás temió que hasta su propia voz le sonara extraña.

- Bueno, aquí hace tiempo que ya eres nada. Un poeta sin pluma, sin tinta, sin nadie que escuche sus rimas. ¡Qué pena muchacho! Nada.

El hombre de ropaje pesado sonreía irónico frente al sufrimiento del reo, libando con placer la tragedia de aquel despojo que ya parecía resignado a jamás recibir algún tipo de misericordia humana. Olvidado en el tiempo, ni la muerte se había acercado hasta su cárcel con mejores intenciones que la de exigirle resignación y paciencia.

- ¡Ay, poeta, ya nada eres, hasta tu nombre se ha perdido en el olvido! Sabido es por los pocos que te recuerdan que te hacías llamar... Jezbeth ¿Verdad?.

- Orgulloso estaba de aquel nombre cuando lo tenía, señor. Jezbeth es el demonio de los prodigios imaginarios, el de la estafa, protector de mentirosos y embaucadores.

- ¿Y ese era tu orgullo, pobre diablo? Ese nombre te trajo aquí, por si no lo sabías ¿Y dónde está tu protector ahora, iluso blasfemo? Yo soy tu verdugo y no lo veo.

- Revolotea a su alrededor. Hace tiempo que no lo veía. Desde que llegué aquí.

- ¡Oh! Qué miedo, ahora revolotea a mí alrededor- respondió el hombre entre carcajadas y con voz tenebrosa.

- Lo trajo usted cuando me llamó poeta. Gracias.

- Imbécil, eras un pobre poeta y ahora vas a morir. Dices que hablabas en nombre de Jezbeth, pues di ahora tu verso último infeliz.

- ¿Qué poeta no habla en nombre de él? ¿Qué es un poeta sino un mentiroso, un embaucador?

- Bien, pues entonces vamos a ver en nombre de quién habla el filo de mi espada.

- Tu espada habla en nombre de lo justo, es por eso que mi vida está a vuestra merced. Solo los talentosos caballeros han de poseer el temple para decidir cuando es tiempo de que la existencia de un miserable cese. Sólo los elegidos han de guiar el filo hacia lo justo. Tú espada habla por ti, hombre, porque en ti confía. Sabe de tu sabiduría para elegir dónde y cuándo ha de caer su fino borde, sin que haya por sobre tu persona más que tontos que imaginan obedeces sus deseos. Absurdo negar sería que tu alma debe estar templada como el metal de la espada que tu brazo bien domina, pues tanto poder entre tus manos no merece la ignorancia de quienes sólo ven en ti a un obediente ejecutor; de quienes sólo ven la estampa de un verdugo que sumiso atiende órdenes ajenas sin usar su sabio juicio.

- ¡Jah! Tienes razón poeta. Morirás cuando yo quiera- sentenció el verdugo y dando un giro salió, con las tres luces, del calabozo. Todo volvió a la oscuridad. Los guardias trabaron la puerta. Entre las sombras se escuchó la voz del poeta murmurar:

- Gracias, Jezbeth.


(J.M. PAscal)
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